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cuentos urbanos #1

cuentos urbanos #1

...y además sabía que no duraría. Aquel metro estaba atestado, no recordaba una mañana tan calurosa, no quería trabajar. La maldita chaqueta, la corbata, esa estúpida camisa de seda en la que no creía, en fín, esa gris ocupación que se había buscado para olvidarse del aburrimiento de vivir. Hace un tiempo, quizás, hubiese concedido un resquicio al fabuloso mundo de la lectura, a ese abismo de letras, a esa grieta de inquietud, pero ahora no, ahora eran los minutos los que mandaban, el tiempo con su guadaña de rapidez, con su amenaza de segar todos los sueños, todos los minutos. Ahora la carrera era por la vida, por la supervivencia diaria, trabajar para conseguir dinero, no por el placer de hacer las cosas bien.

Quería demorar el tiempo hasta la parada, que el metro fuese mucho más lento, poder cerrar los ojos y dormir unos minutos más. Pero de pronto ella, con su insolente belleza a las 7 de la mañana, con ese gesto de ajena despreocupación, ignorándole un millón de veces por segundo. Y él ahí, con ese gesto abúlico, con esas ganas de cogerla y besarla, ese pueril impulso, ese básico deseo, ese sueño despierto de sexo y ternura. ¿Quién era? ¿Adónde iría? ¿Por qué? Ya era imposible vivir con tantas dudas. Era imposible bajarse en su parada si ella no bajaba, seguir con su vida si ella desaparecía entre la gente. No tenía sentido. Ahora era ella, y nada más. El resto de viajeros bostezaban, leían un periódico gratuito, escuchaban música en sus mp3, pero ella estaba ahí, marcando las normas con su inmensa presencia. Y él, sudoroso e incrédulo, unos bancos detrás, luchando por mantener la cordura de la mañana. Se acercaba la parada, su parada, y no sabía qué hacer. Ella aún desconocía su existencia, y él la necesitaba como nunca. ¿Bajaría e iría a la oficina? ¿Seguiría y la seguiría? Las paradas se sucedían, y las dudas se le agolpaban en la frente, que le dolía. Unos segundos y su parada. Mecánicamente se levantó y se dirigió a la puerta. Trás el pitido las puertas se abrieron y el salió del vagón, con el tiempo, apenas, de ver como ella levantaba su cara y le miraba a través del cristal. El metro reanudó su cruel camino. Sintió una leve tristeza, quizás no volvería a verla. Sus dedos temblaban al coger el ticket, pensó que mejor era seguir su vida, quizás ella no era su tipo..... (continúa en la primera línea).

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